La tecnología de la computación electrónica ha modificado de manera importante la forma de trabajar de toda la humanidad.
La
dependencia que tenemos en la actualidad de las computadoras es
evidente. Sin embargo, los sucesos han ocurrido con tal rapidez que se
requiere de un análisis formal para comprobar la magnitud de esa
dependencia.
Una manera
drástica, pero muy objetiva de ilustrarla, sería imaginar lo que podría
suceder si de un momento a otro se desconectaran todas las computadoras
en el mundo. Los efectos serían más graves que los causados por una
guerra.
De inmediato,
quedaríamos sin transportes ni comunicaciones, los bancos cerrarían y no
habría dinero disponible, las transacciones comerciales quedarían
prácticamente anuladas, la mayoría de las empresas dejarían de prestar
sus servicios y muchas otras detendrían su producción, grandes redes de
suministros de energía eléctricas quedarían desactivadas, los
suministros de agua dejarían de operar,
millones de personas quedarían inactivas, etcétera.
De
ahí la importancia de las computadoras. Y si bien no llegara a suceder
dicha catástrofe, es innegable la frecuencia con que somos víctimas de
los errores que se cometen en los centros de cómputo. ¿Quién no ha
perdido horas esperando a que se
restablezcan
los servicios de algún banco a fin de cobrar un cheque?, ¿Cuántas veces
no hemos acudido a aclarar un recibo de cobro emitido erróneamente?
Miles de trámites han quedado pendientes por falta de información
oportuna. Por tanto, no es admisible que si la función de un centro de
cómputo es simplificar las labores administrativas, éstas en muchos
casos terminen por ser más complicadas.